
El tiempo se nos cae encima.
Dulcemente
posas tu mano
sobre la pequeña cicatriz
que afea
una de mis mejillas.
Luego dices algo
que no comprendo
y pienso que es bonito
no saber quién eres
en esta hora afortunada.
Tú y yo.
La identidad.
El hilo con el que tejemos nuestra vida
día a día.
El tiempo
que cae sobre nosotros
dulce
y a la vez amargo...
Ya vislumbro la hora
en la que volver la cabeza
significa convertirse
en una estatua de sal.
El tiempo...
Esa telaraña donde,
como moscas,
nos han echado a morir
mientras solo queda el consuelo
de seguir aleteando.
Nada nuevo bajo el sol:
la vida
que no comprendo.
La soberbia confusión
con la que
de un lado al otro del cuento
voy paladeando
el tiempo que nos acoge.
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