
Como el blanco doloroso de la nieve,
esperas convertir el viaje
en un testimonio de ti mismo,
de lo que de humano y digno llevas
sobre tu espalda.
Tal vez la mujer que te acompaña
te lo ponga fácil
y por la noche,
justo antes de acostarse,
te bese la piel de las costillas
y te diga
en esta jaula donde me siento tuya
habita la esperanza de una vida donde no exista
lo irrespirable de la existencia
para hacerte sentir que más allá de tu dolor
vive un hombre rendido
a la belleza inmarcesible
de lo que le fue dado.
Como si la ciudad te hubiera dormido la lengua
saboreas en ese instante el gozo de sentirte vivo,
más vivo que la misma vida
y le agradeces a tu cuerpo la paciencia.
Tu mujer al despertarse es tan bella
ue te sientes morir de felicidad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario