
El poeta cansado
recorre
una vez más
el margen anotado donde
acaso alguna vez
creyó haber soñado
un par de versos dignos.
Y busca
y busca
pero ya no encuentra
la fórmula que le otorgue
la combinación perfecta
y desespera.
Al tiempo,
harto de la historia
y de la histeria,
arroja el lápiz
sobre la mesa
y de un salto
se despide del poema,
agarra el picaporte
de la puerta
y es entonces
cuando un calambrazo
inesperado lo despierta:
será tu azote el dolor
de saberte pasajero en la tormenta.
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